Agradecida, dos aprendizajes.
- Rosario Alaniz
- 19 mar 2019
- 3 Min. de lectura
18 de marzo.
Cayó un lunes. Realmente no pensé en que sería un día tan inolvidable, sí sabía que sería maravilloso aunque dudaba mucho de que fuera algo que yo recordaría por mucho tiempo, o al menos al recordarlo le tendría mucho cariño.
Me desperté como de costumbre, hice mi rutina básica, salvo que volví a realizar al menos treinta minutos de ejercicios, había dejado dos semanas por estar enferma, y retomé mejor que nunca, sintiéndome con más energía e incluso con más ganas de vivir mi día.
Empezaba mis clases en el curso que dura aproximadamente doce meses, se trata de secretariado administrativo, de ahí poder encontrar un trabajo para ser independiente de forma económica, irme a vivir sola, tener para mi recreación, y demás, mejor paro aquí porque también hay mucho para hablar de ellos y me extendería demasiado.
La clase fue de lo normal, me sorprendió bastante y superó mis expectativas, de hecho me había dicho que era preferible no tener para disfrutar de lo que ocurría en ese momento.
Todo salió más que bien, hablé con una chica y futura compañera, me sentí tranquila.
En aquella clase me enseñaron algo muy parecido a lo que aprendí en mi curso de coaching con programación neurolingüística, si bien el curso se enfocaba en lo emocional y el manejo correcto de nuestra vida, esto se enfocaba más bien en lo ¿intelectual? No lo sé, sólo sé que el para qué apareció, salvo que aquí se trataba de una organización, y pude entenderlo mejor. Sabía que me ayudaría demasiado a mis objetivos, mis metas, mi trabajo, mi crecimiento personal y mi compresión de la vida.
Y lo que más agradecida estoy, y atrapada, es que aprendí dos cosas sobre mí.
Primero. Nos enseñaron la diferencia entre ser eficiente y eficaz en cualquier puesto de trabajo, tras la explicación del profesor, el ejemplo más claro que se me ocurrió fue pensar en mí y en mi vida. Tenía muy en claro que yo era muy eficaz para realizar mis tareas, para escribir un capítulo de mi libro lograba el resultado o incluso muchas veces superaba lo que tenía previsto. Aunque no era eficiente en mi trabajo, el capítulo que podía escribir en una o dos horas cómo máximo, se trasladaba a tres o más. Mi habitación tan pequeña que podría limpiar en dos horas/tres, terminaba más o menos toda una tarde, sin exagerar.
Así que me propuse a analizarme en cada etapa de mi vida, en lo que hacía, en lo que sentía y pensaba. En ser consciente y ser eficiente en cualquier tarea que realizaba, porque podía hacerlo ya que si otros pudieron, por supuesto que yo también.
Segundo. Mis padres vivían repitiéndome la diferente que existía entre la aptitud y la actitud (creyendo que ya lo sabía, de hecho sí pero no había tomado acción en eso), hasta ese lunes, en donde el profesor nos preguntó qué pensábamos de eso aparte de luego decirnos las definiciones.
Y me cayó la ficha, de nuevo por auto mirarme y tomarme como el mejor ejemplo.
Como me conozco mucho, me di cuenta que yo era apta para muchas cosas, más de las soy consciente realmente, y que podía hacerlo bien y obtendría excelentes resultados, pasa que con la actitud la cosa cambiaba, no ponía “las garras” o el fuego para hacerlas, por más que a veces amaba realizar aquello, no lo hacía, quizás porque pensaba que no era importante. Y me di cuenta, recordando lo que dice mi papá, que está demostrado que la actitud e impronta es muchísimas veces mejor que sólo ser apto para algo.
Mi actitud lo dice todo, es algo que pondré en práctica de igual manera. Es por mí bien.
Salí contenta de allí, creyéndome la mujer más linda, llamativa, genia y maravillosa de todas las personas. Porque lo soy, claro que sí.
Volví agradecida a casa a compartir aquellos dos aprendizajes, veo frutos, veo horizontes, veo felicidad y amor, y todo está dentro de mí.
Gracias vida, gracias Dios, gracias Universo, gracias Rosario ¡gracias!

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